Ganas de transmitir, ganas de compartir, ganas de dar, ganas de ocuparse de los demás. Esa es la misión del entrenador-educador: una vocación.
La función pedagógica del entrenador-educador es crucial: transmitir conocimientos y valores. Para ello, es necesario conocer al niño, sus características y tener en cuenta su edad y sus capacidades. En definitiva, practicar una pedagogía basada en el apoyo y los logros.
El juego constituye la principal actividad del niño. Jugar representa una necesidad esencial, vital e innata en todos los chicos. Por tanto, el despertar y la iniciación del jugador de fútbol mediante el juego son los principales objetivos del fútbol base.
El fútbol con pocos jugadores, en espacios reducidos, responde a estas dos preocupaciones. En espacios reducidos, mejor adaptados a sus capacidades fisiológicas, el aprendiz de futbolista tocará el balón más a menudo y, de esta forma, aprenderá a dominarlo y controlarlo mejor. Aprender jugando, esa es la misión confiada a los educadores de fútbol.
Jugando, el niño aprende mientras disfruta. Por tanto, el juego supone un medio extraordinario de desarrollo psicomotor que permite al niño superar sus temores, liberarse, tomar iniciativas, asumir riesgos e inventar. Se trata, sencillamente, de divertirse juntos jugando al fútbol y de compartir este momento.
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